La murga de los relegados

Publicado en la revista digital Tercer Cordón.

 

Un retrato de los tiempos donde una murga nacida en el penal de Marcos Paz alumbró los días de los presos y contagió a cientos de internos de todo el país que, tiempo después, fueron parte del primer corso de la historia argentina que se realizó dentro de una prisión.

 

“Venganza o justicia como caras opuestas de la pesadilla.

Morir, dormir…

Descifrar los límites oscuros entre uno y otro, entre una y otra,

luego de haber sido expulsados del sueño de los justos.

He ahí el dilema.”

Raimundo Rosales

 

murga 1

Por Federico Frau Barros

-Todo bien con eso de la inclusión, pero me parece que nos estamos pasando de rosca- le advirtió un jefe de pabellón de la cárcel de Marcos Paz a Víctor Hortel, su máximo superior en la escala jerárquica y director del Servicio Penitenciario Federal. Unas semanas antes, Hortel le había dado la orden a ése y a otros jefes de pabellón y de unidad, de que convocaran a músicos, contadores de cuentos y artistas de todo tipo para que hicieran trabajos de inclusión social.

-¡Pará! ¿Qué pasó?

-Uno de los presos está loco- contestó indignado el subordinado–¡Dice que quiere hacer una murga!

-¿Y por qué no?- retrucó Hortel.

-Es un quilombo, tiene que salir a tocar al patio o al gimnasio por el ruido, hay que vigilarlo.

Corría el año 2011 y unos meses atrás, una tallerista que trabajaba en la cárcel le había conseguido un redoblante a este loco llamado Pablo Díaz que, por las complicaciones que implicaba tocarlo, no podía usarlo. “¿Y cuando ensaya el pibe ese? Vos decile que el jueves que viene vengo y ensayamos juntos ”, avisó Hortel. Esa tarde se sembró una semilla que, meses más tarde, derivó en murgas en penales de todo el país y luego en el primer corso que se celebró dentro de una prisión en toda la historia argentina.

Víctor Eduardo Hortel, “El Negro” como lo suelen llamar sus amigos, tiene 56 años y nació en la ciudad de La Plata. Es el segundo de los cinco hijos que tuvieron Marta Elena Menvielle, profesora de inglés, y Eduardo Carlos Hortel, ciudadano destacado y vecino ilustre de La Plata y reconocido abogado penalista y juez que presidió la cámara que condenó a prisión perpetua a los expolicías Walter Abrigo y Justo José López por tortura seguida de muerte a Miguel Bru. Eduardo también fue quien ordenó la exhumación del cadáver de Laura Estela Carlotto en 1985, lo que permitió demostrar que había sido fusilada dentro del pozo donde la enterraron y que había tenido un hijo antes de morir: Guido. En 2014, gracias a la incansable búsqueda de Abuelas de Plaza de Mayo, Guido pudo conocer su verdadera identidad y es hoy Ignacio Montoya Carlotto, el nieto de Estela.

Al igual que su padre, Víctor Hortel ha tenido un importante desempeño en materia de derechos humanos. Fue durante su gestión al frente del servicio penitenciario que distintos genocidas de la última dictadura militar fueron trasladados de Campo de Mayo, donde estaban detenidos con privilegios, a cárceles comunes para cumplir sus condenas como cualquier otro preso.

En abril de 2011, unos días antes de que Hortel asumiera como director del Servicio Penitenciario Federal, Julio Alak, Ministro de Justicia y Derechos Humanos de ese momento, armó una reunión con distintos

jueces y autoridades del ministerio para presentarles al candidato que había ya pasado todos los filtros y que sería nombrado a cargo del SPF. Esa mañana Alak le pidió a Hortel que explicara cuál iba a ser su política penitenciaria. “Miren, yo no tengo política penitenciaria”, dijo frente a los asistentes. “Bueno, exponga su política criminal”, le contestaron atónitos. “No tengo política criminal tampoco”, replicó Hortel. Los que lo escuchaban empezaron a creer que les estaba tomando el pelo. “No tengo política penitenciaria ni criminal, lo que yo tengo es una política de derechos humanos. Si les sirve, bien. Sino me voy”, disparó Hortel y así se ganó el respeto de los que estaban en la sala.

“La política criminal y penitenciaria siempre estuvo ligada al castigo, a la sanción. Yo creo que la mejor política criminal que vos podés desarrollar es llevar a cabo políticas sociales de inclusión. Cuando vos tenés políticas sociales que tienen que ver con la inclusión, la política criminal pasa un segundo plano porque no tenés que estar reprimiendo ni castigando gente sino que te ocupás de estar incluyendo personas”, explica Hortel. Lo que Hortel no imaginaba en aquella reunión era que esa política de derechos humanos que él proyectaba para su gestión iba a tener como uno de sus protagonistas a un pequeño redoblante del que iba a nacer una murga que, con un espíritu colectivo y creativo, terminaría generando un enorme avance en materia de inclusión social.

Cuando llegó el jueves del primer ensayo, Hortel cumplió con su promesa y llevó un redoblante en su auto para tocar con Pablo Díaz. 150 oficiales del servicio penitenciario los rodeaban mientras Díaz le marcaba el ritmo a Hortel y le mandaba alguna que otra puteada cuando este no lo seguía. Díaz no sabía quién era el tipo que vestía una remera de Estudiantes de La Plata y que estaba tocando con él. Hortel tampoco sabía a quién tenía enfrente porque cree que para un verdadero trabajo de inclusión lo mejor es no conocer el nombre ni el delito por el que está condenado cada preso. “Históricamente ha habido en el servicio penitenciario una clasificación en base a la condena, la carátula como se le suele decir”, explica Hortel. “Si yo sé que tal preso violó a su mujer o asesinó a dos chicos, me bloqueo. No puedo trabajar”, agrega.

Dos días después de ese ensayo ya había tres presos más, convocados por Díaz, que estaban dispuestos a sumarse. Así fue que nació la murga Los Estudiantes de Marcos Paz. Tras un mes y medio de ensayos, cuando ya se habían incorporado 15 presos y la cosa iba tomando forma, decidieron hacer un encuentro con una murga de afuera para saber cómo se manejaban y poder aprender con ellos. “Nos salió como el orto, nos pintaron la cara. Primero fue nuestro turno. Tocamos nosotros y parecía que habíamos ganado la Copa Libertadores, no lo podíamos creer. Después pasaron ellos, eran igual de trapos que nosotros, pero con una gran diferencia: tenían una trompeta y un trombón. Los instrumentos de viento generan otra cosa. Nos dejaron pintados. Al final, lo que nosotros pensamos como una actividad para incentivar, nos terminó tirando para atrás”, recuerda Hortel.

murga 2

Después de esa frustración se convencieron de seguir pero sumando trompetas y trombones. Recorrieron los pabellones intentando encontrar algún preso que supiera tocar, pero no apareció ninguno. Finalmente Hortel encontró una solución: convocó a músicos de la banda del Servicio Penitenciario que tocaban en los actos. “Como tocábamos los sábados, les tuvimos que pagar horas extras para que vengan a tocar con nosotros”, cuenta Hortel.

A partir de los vientos la murga fue otra, encontró una potencia impensada y llegó a tener, en su momento de máximo esplendor, más de 100 integrantes y casi 30 músicos de la banda. Y al poco tiempo se sacaron una espina que les había quedado doliendo. Volvieron a llamar a la murga que los había hecho pasar aquel papelón. Cuando vinieron a verlos, no lo podían creer. La cantidad de gente, la organización, la fuerza de los vientos. La murga se había convertido en un gran colectivo de alegría que liberaba mentalmente a los presos por unas horas.

La murga generó mucho beneficio en materia disciplinaria. Los presos que eran parte se cuidaban para ensayar y también sabían que si se mandaban alguna macana no los iban a dejar ir. Además era requisito estudiar o trabajar para estar en la murga. Que la murga haya nacido desde los internos hizo que se convirtiera en un espacio de comunión de los presos y de a poco fueron estimulando a otros al ponerse en contacto con el taller de sastrería de la cárcel para hacer los trajes de murguistas, con el taller de carpintería para armar una escenografía y otros vínculos que fueron mejorando la calidad de la murga y también un efecto contagio con otros internos.

El próximo paso de la murga fue recorrer los pabellones, ya no se trataba de una actividad externa que se practicaba solamente en el gimnasio sino que penetró el espacio cotidiano de los presos. “Imaginate lo que era, en los pabellones que lo único que entraba era la gorra a cagarte a palos, de repente aparecía una murga con bombos y trompetas, haciendo bailar a todos”, recuerda Hortel. “Empezamos a romper los mitos de la seguridad de la cárcel. El Servicio Penitenciario, con la clasificación, tiene teorías de todo tipo de que tal tipo de preso no se puede juntar con otro de una condena de tal tipo. Y cuando la murga entraba a los pabellones se juntaban todos y a la mierda. Y nunca pasó nada”, agrega.

Una mañana llegó un llamado de arriba. Carlos Zannini, actual preso sin condena en el penal de Ezeiza y por entonces secretario legal y técnico de la presidencia de la nación y uno de los máximos referentes del proyecto kirchnerista del cual Hortel fue orgullosamente parte, se comunicó con Julio Alak para pedir la cabeza de Hortel. Un episodio lo había indignado: Los Estudiantes de Marcos Paz habían entrado a un pabellón de homicidas de Devoto al ritmo de “Matador”, la canción de Los Fabulosos Cadillacs. Hortel se sinceró y la cosa no pasó a mayores. “La verdad es que ni pensamos los temas, vamos y tocamos. Lo que nos importa es que bailen y se diviertan”, le explicó a Alak.

Con el paso del tiempo la pasión tumbera por la murga empezó a expandirse en los distintos penales y al poco tiempo, internos de distintas cárceles del país armaron murgas con sus compañeros. Cada vez que en algún penal un grupo de presos pedía permiso para armar su murga, lo único que se les pedía para poder hacerlo era que todos se pusieran a estudiar. En la cárcel de mujeres de Ezeiza se armó también una murga de mujeres.

Llegó el carnaval y en marzo de 2012 un evento sin precedentes tuvo lugar en el Complejo Penitenciario Federal I de Ezeiza. “A veces uno tiene una buena idea y esa idea tiene tipos que la receptan, se la apropian y le ponen pilas, termina siendo una idea excepcional. Y no es que vos tuviste la idea excepcional, vos tuviste una idea y el colectivo termina logrando que termine siendo algo bárbaro. En marzo logramos hacer los corsos federales en Ezeiza”, recuerda Hortel.

hortel

Cinco mil personas, entre familiares y presos, fueron parte de este carnaval con internos de cárceles federales de todo el país que duró más de ocho horas y en el que desfilaron decenas de murgas y cuerdas de candombe. Una comparsa improvisada de chicas trans de uno de los pabellones de Ezeiza se enteró de lo del corso unos días antes y le pidió permiso a Hortel para estar en la fiesta. Él las invitó a que se sumaran y el día del corso desfilaron durante más de cinco horas, con conchero y plumas, levantando aplausos de todos los presos y también ganándose la admiración y la protección de todos ellos. “Estaban todos los canales de televisión filmando ese día. Mañana en los diarios nos matan, pensé”, recuerda Hortel.

Hortel sabía lo que era lidiar permanentemente con al ataque de los medios masivos de comunicación. “Murguista k” o “el penitenciario militante” eran algunas de las formas que solían usar para nombrarlo en sus titulares. Y esos ataques también le traían consecuencias dentro de su espacio político. La constante exposición mediática por la murga, las salidas transitorias de los presos y las acciones en conjunto con la agrupación política Vatayón Militante, pusieron a Hortel en los focos de los medios que aprovechaban esto para pegarle al gobierno del que él era parte. “Yo siempre le decía a Alak: a mí no me mandaron a trabajar ni a la Biblioteca Nacional ni al Teatro Colón. A mí me mandaron a laburar a la tumba y si yo puedo hacer que los presos sientan la libertad aunque sea una hora, lo voy a hacer. Y si me cuesta el cargo por las quejas, que me cueste el cargo”, cuenta.

Su trabajo era muy valorado por Alak como por otros miembros del gobierno nacional. “Ha hecho una gestión impecable desde el punto de vista de la reinserción social, que incluso es valorada por amplísimos sectores del pensamiento académico. Especialmente en haber profundizado los niveles de educación en los internos, llegando a ratios muy altos en Latinoamérica y quizá también en el mundo, de un 75 por ciento de la población carcelaria estudiando y profundizando los programas de capacitación laboral”, dijo Alak el día en que nombró al sucesor de Hortel, invitándolo a que continuara el camino recorrido durante esos dos años.

Hay una situación que bien resume la importancia que tuvo la murga en la cárcel durante ese tiempo y lo fuerte que fue esa experiencia. Históricamente la batucada en la cárcel fue sinónimo de motín. El sonido de tambores era el anuncio de la rebelión de los presos. “Yo les dije a las autoridades: no se preocupen por eso, ya fue. Ahora los únicos tambores que suenan en la cárcel son los de la murga porque no vamos a tener más motines”, recuerda Hortel. Por más que su salida signifique que los cambios de raíz que intentó no lograron consolidarse, será difícil que esa semilla sembrada con bombos, platillos y baile no se siga expandiendo.

De alguna manera, con o sin el apoyo del Estado, seguirá soplando ese viento que modificó la vida de tantos presos que volvieron a sentirse importantes a través del arte y que fueron parte de un proceso de reinserción social único en la historia penitenciaria argentina. “Hoy queremos más la vida/ por eso queremos cantar/ y que aumente la energía/ para poder disfrutar”, cantaban Los Estudiantes de Marcos Paz en una canción que compuso la murga. Y la historia de nuestro país ha demostrado que por más que quieran aguar los carnavales, las murgas siempre seguirán sonando.

 


REFERENCIA

Fotos: Federico Frau Barros
Gentileza: Ministerio de Justicia de la Nación – Blog Hombre muerde al perro

 

Link a la publicación original: http://tercercordon.com.ar/la-murga-de-los-relegados/

 


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