Por Federico Frau Barros
Rita Laura Segato es una antropóloga argentina de 66 años. Autora de los libros Las estructuras elementales de la violencia, La crítica de la colonialidad en ocho ensayos y La guerra contra las mujeres, entre otros, es una referencia para todo el campo feminista latinoamericano.
Nacida en la Ciudad de Buenos Aires, vivió, se formó y trabajó en Venezuela, Irlanda y Brasil. Hace poco tiempo se jubiló como profesora en la Universidad de Brasilia e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones de Brasil y volvió a radicarse en nuestro país, alternando entre Tilcara, provincia de Jujuy, y la Ciudad de Buenos Aires.
Recientemente fue convocada para prologar el libro “Mujeres y pueblos originarios. Luchas y resistencias hacia la descolonización”, publicado por la editorial chilena Pehuén y el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas de Chile. El libro reúne artículos de once autoras latinoamericanas que reflexionan sobre el pasado y el presente de las mujeres indígenas y sus luchas como colectivos de mujeres.
El libro ayuda a pensar el conflicto de los colectivos de mujeres indígenas de Latinoamérica, con el feminismo occidental -considerado ajeno y homogeneizante- y explica como los discursos de las mujeres originarias han ido cuestionando la visión universalista de la mujer.
“Se deja atrás la misión civilizadora de los feminismos de antaño, con sus fórmulas basadas en el credo salvacionista de una modernización siempre eurocéntrica, siempre importada y siempre, inevitablemente, racista”, dice Rita, en el prólogo de esta obra colectiva. Sobre el final del libro, se desprende también la necesidad del reconocimiento y aceptación de las diferencias dentro de los feminismos, con su diversidad de luchas y contextos, para luego lograr alianzas transnacionales.
-¿Cómo conviven la lucha transnacional de las mujeres indígenas, con la conservación y respeto de la diversidad de cada colectivo?
-Eso es lo más difícil, porque cuando una habla de interseccionalidad, se está hablando de identidades. El discurso de la identidad es muy superficial y tiende al culturalismo. Culturalismo y fundamentalismo son sinónimos. Se tiende a un enyesamiento de los íconos de esa diversidad. Eso lo discuto mucho en mi libro La nación y sus otros. No se trata de iconizar al negro, a la mujer, al indio, porque ahí vamos a producir otras actualizaciones, otra homogeneizaciones, donde no podrá haber una pluralidad de formas de ser indio, de ser negro y de ser mujer. El discurso de la igualdad tiende al monopolio o a la reducción icónica de la gran y radical diferencia de proyectos de pueblos y de mundos que hay en el planeta. Entonces, es útil hasta cierto punto, porque el discurso de la igualdad coloca el problema de una forma muy clara, pero cuando hablamos de la diferencia, tenemos que ir más hondo que la identidad. La identidad puede ser una trampa. Tenemos que ir a la diferencia radical, y la digestión del occidente para esa diferencia radical es muy limitada.
-¿Y cuáles son los problemas del feminismo occidental hoy en día?
-Yo creo que uno de los problemas de todos los feminismos, inclusive el mío si es que tengo un feminismo, es un cierto autoritarismo territorial, faccional. Hay una ausencia de pluralismo dentro del feminismo. Yo soy muy crítica de los feminismos institucionales, eurocéntricos, de ese feminismo blanco que cree que los problemas se resuelven en las instituciones. Y soy muy crítica porque no he visto que eso se constate en la práctica. No he visto que, intentando resolver el problema en las instituciones, con las leyes, con varios tipos de políticas públicas, hayamos realmente resuelto el problema. Pero no digo que ese feminismo debería desaparecer. Mi feminismo se alista dentro de los feminismos descoloniales, que piensan que existe un problema particular del mundo que es la estructura permanente de la colonialidad. En nuestro país veo que ese Estado en el que pasamos las leyes e implementamos las políticas públicas nunca ha dejado de ser colonial.
-¿Por qué?
-Porque en la fundación criolla de nuestros Estados, los sectores más conservadores y continuistas vencieron a los francamente rupturistas. Esos sectores continuistas son los que construyeron un Estado que lo que hizo fue, simplemente, recibir la herencia colonial. Es un Estado recipiente, arquitectado para que los bienes, recursos humanos, recursos naturales, los territorios, que eran de la administración ultramarina, simplemente fueran pasados a una administración en territorio. Pero nunca ese Estado dejó de tener una relación de exterioridad con relación a lo administrado, permanece como un Estado colonial. Yo creo que dentro de eso es que debemos entender el problema de las mujeres en nuestro mundo. Con un Estado que no funciona, ¿cómo vamos a resolver el problema de las mujeres en el Estado?. Un Estado que tiene otras finalidades, sobre todo la defensa de la propiedad por encima de la defensa de la vida, que no ha dado muestras claras de ser capaz de defender la vida de las personas, ¿cómo ahí vamos a querer defender a las mujeres?
-¿Y cómo se logra esa defensa?
-Tenemos que volver los ojos hacia otras mujeres con otras experiencias de defensa y continuidad de la vida por fuera, no participando plenamente del escenario estatal o de la equidad del universo administrado por el Estado. Entiendo muy bien la resistencia de las comunidades indígenas y de comunidades negras en el continente, frente al Estado y su desconfianza del Estado. El Estado sería aquello de lo que tenemos que recuperar lo que sea posible. Yo he hablado sobre las comunidades semiabiertas, es decir, entreabrir la puerta, sacar la mano, tomar los recursos y derechos que el Estado ofrezca, pero cerrar la puerta rápidamente, porque el Estado es colonial y es un enemigo histórico por excelencia y todavía presente. Cuando uno piensa cuándo fue que las comunidades indígenas se escondieron, fue cuando llegó la república. La república es vista por la inteligencia estratégica de los pueblos como tan o más peligrosa que el colonizador ultramarino. Entonces ese Estado está ahí, hay que sacar de él lo que se pueda, ver si se consigue alguna protección, pero no pensar que las soluciones para la vida de las mujeres o la verdadera protección va a surgir de ahí. Por eso hay que volver la vista a la vida comunitaria y a las soluciones y discursos de los liderazgos femeninos indígenas.
-Alguna vez dijiste que hay que retejer la comunidad a partir de los fragmentos existentes. ¿Cómo es el camino de cara al futuro?
-¿Por qué nosotros no hablamos de descolonizar? el movimiento descolonial no usa el término descolonizar. Porque no se trata de rebobinar la historia, la historia es lo que fue, pasó lo que pasó y la vida es lo que es. Pero sí podemos construir otro mundo. Abriendo brechas en el tejido de este mundo totalizado por ese Estado siempre colonial en América Latina, y con elementos que quedan y que están inclusive en las ciudades.
Hay que invertir en los vínculos. Yo hablo mucho de dos grandes proyectos históricos. El proyecto histórico del capital, que tiene como meta a las cosas, que pone en el centro de la vida a las cosas. Toma a la naturaleza como cosa, la vida como cosa, el cuerpo como cosa. Todo es consumo. Eso produce individuos que ven el mundo así y que también se terminan transformando en cosas.
El otro proyecto histórico es el de los vínculos y es eso lo que aprendemos de las comunidades. Se invierte en los vínculos. En el de las cosas, uno gasta los vínculos en las cosas, y en el otro, uno invierte cosas para mantener los vínculos vivos, y allí se produce comunidad, y en la comunidad la mujer tiene un papel mucho más importante que en la modernidad. El sistema comunitario es jerárquico, hay una jerarquía de prestigio, es algo que debe ser trabajado políticamente. La comunidad no es igualitaria, pero es explícitamente asimétrica. Sobre todo hay un asimetría de prestigio de las tareas masculinas y femeninas. En la modernidad la asimetría se esconde por detrás de un discurso igualitario y entonces cuesta mucho más trabajarlo. “Ya está en la ley” se suele escuchar, y eso es una visión que nos traiciona todo el tiempo, porque que algo esté contemplado en una ley no significa que hayan cambiado los comportamientos.
-¿Qué otras cosas debemos aprender de las mujeres originarias?
-En América Latina tenemos una vincularidad que todavía palpita y que no está presente en los países de capitalismo avanzado. El otro día discutía con una periodista española y ella me contaba que allá, la meta máxima de la mujer es la autonomía. Y aquí la autonomía, la soledad absoluta, puede que existan en el discurso, pero no las veo como una meta máxima, verdadera, de las mujeres latinoamericanas. Yo diría que la meta máxima nuestra es la interrelación. La relacionalidad, la cooperación, la solidaridad, el mancomunamiento. Ellas tienen a la autonomía como un tema central del feminismo. Aquí no se ve ese individualismo. Aun las mujeres urbanas, académicas, profesionales, de nuestro continente, no aspiran a estar solas. Entre nosotros la amistad todavía es una relación muy fuerte. Allá, Derrida y otros europeos tuvieron que defender la amistad como una política. Nosotros tenemos una vida en amistad, una vida amistosa, de una forma de continuidad histórica. No se han roto vínculos que en Europa se rompieron de una manera bestial.
Entonces, ¿qué más veo de las mujeres?, veo que en el pasaje a la colonial modernidad, la transformación del espacio doméstico se despolitizó, se transformó en un espacio de intimidad y se privatizó. El espacio doméstico era un espacio de gestión, de gestión de la vida y todavía lo es en muchos lugares campesinos donde la vida comunitaria está vigente. En los espacios domésticos hay una gestión, una manera de hacer las cosas, una manera de resolver los problemas y los conflictos. Existe una gestión femenina.
-¿El espacio doméstico sería la propia casa?
-Sí, pero no una casa encerrada entre cuatro paredes. Una casa no de una familia nuclear de mamá, papá y nenitos. Un espacio donde los miembros de una familia extensa conviven, atraviesan y conversan. Ahí existe la gestión femenina, una manera de hacer las cosas que es femenina. Y eso se pierde con la nuclearización de ese espacio doméstico, que al nuclearizarse y privatizarse, también se transforma en un resto de la política.
A la famosa frase “lo personal es político” también le hago una inversión y digo: en lugar de que lo personal sea político, lo que hay que hacer es domesticar la política. Hay que generar formas de acción política que no sean estructuradas por el Estado, que no sean burocráticas, distanciadas, utópicas. Yo creo que cada vez que hemos intentado la toma del Estado para desde ahí modificar la vida, se fracasó. Nunca se llegó a destino. Entonces, deberíamos empezar a pensar en formas de política que surjan de aquella experiencia de gestión femenina del espacio doméstico amplio y traerlas a la transformación de la vida desde la sociedad. Porque los Estados, sobre todo en América Latina, fueron construidos para ser fácilmente apropiados. Tienen una vulnerabilidad al secuestro y a la apropiación inmensa, sin límites. Lo hemos visto a lo largo de la historia. Los progresismos también han practicado la apropiación del aparato estatal y los conservadores más todavía.
Yo creo que es desde la propia sociedad que se debe pensar cómo conducir la historia a un mundo mejor. Desde gestiones que nazcan de esa experiencia femenina de la cuestión doméstica, en cuanto a lo doméstico dotado de politicidad. Porque en las urbes se ha perdido, se ha transformado en un resto de la política. Por eso es tan difícil llevar los casos de las mujeres a los tribunales o que la policía venga y defienda a las mujeres. Están por fuera. El espacio femenino, o todo lo relacionado con las mujeres, es siempre arrinconado a la esfera de lo íntimo, de lo personal. Y es muy difícil llevarlo a la esfera de lo público. Debemos empezar a pensar la historia a partir de la propia sociedad, de esa gestión directa de proximidad, pragmática, que ha sido siempre la manera de administrar de las mujeres. Se trata de domesticar la política, en lugar de traer la política a lo íntimo. Traer lo doméstico a la política, domesticar las formas de hacer política.
-En el feminismo occidental hay un discurso de igualdad entre lo masculino y lo femenino que no es compartido por muchos colectivos de mujeres originarios que hacen referencia a la complementariedad y no a la igualdad.
– Hay una jerarquía ahí. La mayor parte de los pueblos mantienen una jerarquía de prestigio de lo masculino y de lo femenino y sus tareas. Pero es una pequeña jerarquía y no un patriarcado como el patriarcado moderno, donde hay un sujeto masculino que representa la voz del sujeto universal y de las verdades del interés general, que están identificadas con el enunciador masculino que engloba los intereses de toda la sociedad y que representa los intereses de todas las personas. Entonces ese sujeto englobante, ese sujeto universal, ese hombre con H mayúscula, no existe en el mundo de las comunidades. Existen los hombres y las mujeres, son dos grupos de personas diferentes, a veces organizados jerárquicamente. Son desiguales pero son diferentes.
-Otra cuestión es que las mujeres originarias suelen decir que la lucha no es contra ni sin el hombre.
-Hay una doble lealtad, la lealtad al pueblo y la de continuar como pueblo. Esto implica un mancomunamiento con los hombres, la tarea compartida de ofrecer a la comunidad la posibilidad de su continuidad, o sea la producción y reproducción de la vida y no es una conyugalidad romántica.
-¿Y cómo funciona el mandato de masculinidad hoy?
-El hombre no puede ver cuando sufre, padece formado dentro de un narcisismo que le impide visualizar su falta. Se transforma para creer en la completud de sí mismo y enmascarar para siempre su falta, o sea, el sufrimiento por sus carencias. Y eso le hace un daño extraordinario, porque no puede ver cuando se enferma, su terror es, justamente, enfrentarse con lo que lo vulnera o con lo que lo despotencia. Y por eso es que yo creo que, en todos los países del mundo, los hombres mueren antes. Además los hombres, en ese engaño en el que no pueden darse cuenta de lo que les está doliendo, y en el que bajan su umbral de sensibilidad al dolor propio y de los otros, se transforman fácilmente en carne de cañón. Es fácilmente reclutable para las tareas de las corporaciones armadas que hoy crecen y son la mano de obra del crimen organizado, el recurso humano de las varias formas de la paraestatalidad que crece en el control de la vida entre nosotros. Y está en aumento. De México hacia abajo, hay una forma paraestatal del control de la vida. Sobretodo en algunas regiones, en algunos espacios del continente, en las urbes: Rosario, el cinturón cordobés, algunos lugares de la provincia de Buenos Aires. Allí, el recurso bélico disponible y de muerte temprana para las mafias y el crimen organizado que actúa en esos espacios, son mayoritariamente hombres. Son dispuestos para esa tarea bélica por su formación dentro del mandato de masculinidad, por su obediencia y sumisión al mandato de masculinidad. Es por eso también que vemos hoy muchos hombres que se van corriendo y que son severamente castigados desde el bullying, que no termina en la infancia ni en las escuelas privadas, continúa por mucho tiempo en la vida, en diversas formas de bullying y de castigo a aquellos hombres que pretenden buscar otras formas de felicidad y correrse de esa posición.
-A veces también son formas casi imperceptibles…
-Claro, la sola mirada ya dice, descalifica y humilla. Pero aun así, cada vez hay más hombres tratando de salir de eso. Yo me doy cuenta porque durante mucho tiempo siempre recibí cartas con consultas o agradecimientos de mujeres. Y ahora estoy recibiendo muchos mensajes de varones agradeciendo porque nombrar el mandato de masculinidad ha sido central. Existe un mandato de masculinidad y hay que desmontarlo, hay que desobedecerlo, hay que aprender a desobedecer al mandato de masculinidad. Eso va a cambiar el mundo. Es el mandato de poder en su primera forma, es el mandato de crueldad en su primera forma, de cosificación y objetificación de la vida en su primera forma. Si partimos desde ahí para ese desmonte, yo creo que la vida se transforma.
-A modo de conclusión, ¿cuáles son las cuestiones fundamentales de los colectivos de mujeres indígenas que deberían tener en cuenta los feminismos de nuestro país y de Latinoamérica?
-Quizás no se trata de que las mujeres simplemente tomen el poder. Igual que con la cuestión racial, los indígenas negros dicen: si aprendemos a desear lo que el blanco desea, estamos perdidos. Bueno, si aprendemos a desear lo que el patriarca desea, estamos perdidos. Tenemos que inventar otras formas de deseo, sino vamos a reproducir el mundo pero con polleras. No tiene gracia. No se trata de imitar el deseo del dominador sino de inventar deseos que lleven a la felicidad. Porque ese deseo no ha llevado a la felicidad, ni del patriarca ni de los que el patriarca agrede.
Fotos: Corina Figun