Reseña publicada en Tercer Cordón.
Por Federico Frau Barros
“Maestro, sé fervoroso.
Para encender lámparas basta llevar fuego en el corazón.”
Gabriela Mistral
Un avión rocía de agrotóxicos una reluciente plantación de soja en algún campo de Brasil, un cerro sin cumbre convertido en una cantera de oro en algún rincón de Perú, una bomba de varilla extrae petróleo en un remoto lugar de Sudamérica, muchas mujeres juntas se movilizan contra la violencia machista, y una comunidad indígena boliviana exige que no le roben sus recursos naturales. Imágenes, muchas imágenes. Y sobre ellas ruido: música, el sonido ambiente, y contrastando, audios sobrepuestos de personas nefastas que apoyan esas prácticas. Son tantas injusticias juntas que marean. Así empieza la película La educación en movimiento.
El movimiento constante del inicio del documental es también un reflejo del movimiento que hicieron sus realizadores. Durante casi dos años, Malena Noguer y Martín Ferrari recorrieron 40 mil kilómetros arriba de una camioneta, buscando casos que demostraran que existen experiencias de educación comunitaria que se salen de las lógicas tradicionales.
Son muchas las críticas que postulan en el comienzo. Es una mezcla de luchas que bien podría ser una misma lucha, pero surge la pregunta de si es un aporte efectivo unir tantas experiencias en un mismo registro, poner todo en un mismo cajón puede llevar a que uno no termine por encontrar nada. ¿Es posible abarcar muchas de las problemáticas sociales actuales de distintos países de nuestro continente en una misma película? El film busca contestar ese interrogante desde propias respuestas de los distintos modelos de educación popular frente a esas problemáticas.
“Todos los movimientos tenemos algo en común, somos de la clase trabajadora y peleamos por derechos, cada uno con sus particularidades, pero todos nos encontramos. Solamente juntos podemos transformar la historia”, dice Aline, integrante del primer caso que muestra la película, un proyecto del Movimento Sem Terra (MST) que se da en el estado de San Pablo en Brasil. “Globalicemos la lucha. Globalicemos la esperanza”, gritan los militantes del MST formando una ronda. La escuela nacional Florestan Fernandes, fundada en 2005, es parte de una comunidad agrícola en las afueras de Ribeirão Preto, ciudad que, según explican algunos miembros de la escuela, es conocida como “la capital del agronegocio”.
La segunda experiencia que aparece en el documental es una escuela de agroecología que armó el MOCASE VC (Movimiento Campesino de Santiago del Estero Vía Campesina). Con la anterior, comparte la cuestión del vínculo con el cultivo de la tierra, pero a su vez atraviesa una situación particular, propia de la región: la falta de acceso al agua. La escuela fue levantada dentro de la comunidad indígena Vilela, ubicada en el Rincón de Saladillo, en el norte de Santiago del Estero. “Cuando se llevan la soja, el pino, el eucalipto, se llevan un montón de cosas. Los minerales de la tierra y el agua. Hasta la vida de uno se llevan”, le dice Marga, una de las integrantes de la comunidad, a sus compañeros mientras debaten sus problemáticas de manera colectiva y comentan las leyes de agua de México y Ecuador para pensar otras formas de relación entre el Estado y los recursos naturales. “Nuestra base son las raíces: de donde venimos y también para qué nos formamos. Todo esto está atravesado por nuestro trabajo en nuestra comunidad”, agrega Marga.
La aventura de Malena y Martín también sigue por Colombia. Allí estuvieron en Popayán, la capital del departamento de Cauca, en una escuela que forma parte del CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca). El protagonista elegido para contar esa historia es Ever, un docente que nació y se crió en la ciudad y que la vida lo llevó a acercarse a esta comunidad que le cambió para siempre la vida, como él mismo explica. Allí pasó de ver a la naturaleza como un pedazo de tierra a percibirla como la gran organizadora del equilibrio de la vida. “El maestro no puede ser el único en liderar procesos pedagógicos educativos. El mayor, la mayora, el anciano, la anciana, el padre de familia que toda su vida ha sembrado y cosechado para poder sostener la soberanía y la seguridad alimentaria, y los niños. Todos al unificarse bajo un proceso educativo pedagógico se convierten en actores activos, es decir, que el maestro ya no es el único actor en los procesos de aprendizaje sino que es uno más”, dice Ever.
La siguiente parada es en Bolivia, en la ciudad de Chomaré donde funciona la Universidad Indígena Boliviana Quechua Casimiro Huanca, parte de la Unibol, que tiene como principal objetivo la descolonización del pensamiento y que sus estudiantes se formen con un pensamiento comunitario. “La Unibol es la universidad de las organizaciones sociales. Enseñar a los hermanos, no para lucrar sino para servir. Para servir a nuestro pueblo. El quechua no está solo para el campo, también está para la parte intelectual”, dice Milton Contreras Orellana, uno de los docentes de la Casimiro Huanca. “Con los jóvenes aprendí que la educación es revolución. En esta universidad formamos soldados del proceso de cambio, intelectualmente capaces y competentes en todo sentido, sin olvidarse de sus raíces y de cómo han vivido. Buscamos pensar cómo nosotros como profesionales podemos atender a nuestros compañeros que están todavía viviendo en el área rural”, cuenta Milton.
De Bolivia la camioneta se va para Ecuador, a una escuela fundada en 2008 por un grupo de mujeres que salió de la cárcel con ganas de terminar sus estudios primarios. “Si aprendimos algo es que las luchas se consiguen en la vida cotidiana y en transformaciones pequeñas. Eso también es política. Nuestra lucha es por conseguir vidas dignas, vidas potentes, vidas creativas. El potencial de la escuela es justamente generar un espacio para eso”, dice Ana Pascale Lasso, coordinadora de la Escuela Mujeres de Frente donde se valen del arte en todas sus variantes para estimular a las que se acercan a la escuela.
“Hoy recuerdo nuestra historia que aquí pasamos/ no dormía de noche/ marido y esposa e hijos lamentando/ que era demasiado/ nuestra lucha y nuestro sufrimiento/ Dios no desampara al pueblo que trabaja en este movimiento/ pasábamos días en los que nadie podía ni siquiera alimentarse/ con los pistoleros buscándonos para asesinarnos/ pero con fe en dios nos liberamos de estos marginales/ ahora estamos asentados, tenemos nuestra tierra, vivimos en paz/ rezábamos mucho, contábamos historias / y sabíamos que solo podíamos liberarnos si era con unión”, canta Chiquinha, una de las trabajadoras de otra experiencia rural del MST que recorre el documental, en este caso en el norte de Brasil en la Lagoa do Mineiro, en el estado de Ceará. Con esos versos, Chiquinha resume el sentimiento de estos campesinos que vuelven a nacer a través de la unidad de los trabajadores rurales de ese pueblo que estuvo relegado durante años hasta la llegada de Lula a la presidencia de la nación y que busca organizarse a través de un nuevo tipo de vida comunitaria y de enseñanza para terminar con ese Brasil latifundiario que heredaron desde la época colonial. Los que integran la Escuela de Campo Francisco Araújo Barros dicen que hoy la escuela está firme porque fue conquistada por la lucha y, como esa lucha sigue, viven en permanente movimiento.
La última estación es un bachillerato popular del Frente Popular Darío Santillán en la ciudad de Buenos Aires. Como en todos los casos, el documental no explica la experiencia que retrata ni su organización, la muestra. Acá se ven travestis, trans, varones que cuestionan sus privilegios, todos ellos trabajando por darle visibilidad a los femicidios. Entre mucho verde y violeta, se puede apreciar el debate constante que hay en las asambleas y el cuestionamiento de las estructuras para generar una educación que se adecue a las problemáticas populares de cada día, una educación en movimiento.
Los bachilleratos populares representan algo especial para los realizadores del documental. Malena y Martín se conocieron dando clases en uno, con el tiempo se pusieron en pareja y ahí nació la idea de salir a recolectar experiencias de educación popular con una identidad propia a lo largo y ancho de nuestro continente. 10 países, 15 movimientos sociales, más de 100 entrevistas, 300 hs registradas con las cámaras y 500 días de rodaje. Esos son los números de la película que fueron editando, literalmente sobre la marcha, en cada lugar que filmaron.
La educación en movimiento va en busca de la difícil pero importantísima tarea de mostrar lo que está pasando hoy en las formas alternativas de enseñanza y de organización comunitaria en distintos rincones de nuestro continente. La película fue un viaje y funciona como viaje: presenta nuevas circunstancias a través de otras culturas y dispara ideas para el futuro. Es un disparador de más movimiento. Y como la ruta es larga, el movimiento del documental sigue porque después de algunas semanas en el cine Gaumont, tras su estreno, la película sale de gira por el conurbano y tiene paradas programadas en distintos lugares del país y del continente.
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