Artículo publicado en Tercer Cordón
“Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra,
libertad que se inventa y me inventa cada día”.
Octavio Paz
Por Federico Frau Barros
Alberto Sarlo baja línea. No lo niega, él mismo lo dice: “Cuanto más trato de no hacerlo, más lo hago. ¿Y por qué lo hago? Lo hago porque estoy limitado por el lenguaje. Todo el tiempo estoy tirando línea”. Albert Sarlo baja línea todos los miércoles desde hace ocho años en las clases de literatura, filosofía y boxeo que da en el Pabellón 4 de la Unidad 23 de máxima seguridad de Florencio Varela.
En mayo de 2010, Alberto Sarlo, abogado y escritor, sintió la necesidad de ayudar a las personas más invisibilizadas de la sociedad: los presos. Así fue que se acercó al penal de Florencio Varela para compartir un poco de lo que sabe: letras y puños.
Apenas pisó la cárcel, Sarlo se propuso enseñar de una forma distinta a la que se suele hacer en las prisiones. “Los centros de estudio, como cualquier privilegio -dice Sarlo- se pagan. De distintas formas, pero se pagan. No todos acceden.” Fue por eso que con la intención de que sus clases realmente fueran para todos decidió darlas directamente en un pabellón. El elegido fue el pabellón 4 de la Unidad 23 de máxima seguridad, un pabellón de población. Los pabellones de población están en lo más bajo de la escala carcelaria. Son autogobernados, es decir, el servicio penitenciario no entra a otra cosa que a realizar requisas y razzias. Todo el funcionamiento del pabellón depende de sus internos, el Estado es totalmente ajeno.
Ese año Sarlo fundó la editorial Cuenteros Verseros y poetas que nació como una cooperativa de libros cartoneros, lleva ya más de ocho mil libros publicados y está a punto de editar uno sobre la violencia machista llamado Ni una menos en el Pabellón 4. La editorial está compuesta por tres personas que están fuera de la prisión y poco más de 50 que están del lado de adentro de las rejas. El número de los que están adentro varía, a veces porque llega alguien nuevo al pabellón que se suma y otras veces porque muere algún interno. Los destinos de los internos son pocos, o cumplen la pena y salen, o son asesinados, o son trasladados. En muchos casos son trasladados y luego asesinados durante el viaje.
Con el paso del tiempo la editorial se fue perfeccionando y tiene un funcionamiento interno que implica a dos coordinadores generales y tres correctores gráficos que también son escritores como todos los integrantes. Los libros se reparten de manera gratuita con la única condición de que el que los lea se los dé a otra persona cuando los termine y que así circulen, como circulan las voces de los internos atravesando las rejas gracias a estos libros. También están disponibles en la página web de la editorial y se pueden descargar sin ningún costo.
“No nos lean con paternalismo. No nos lean con lástima. No hagan eso porque no nos gusta. Léannos con el placer y la exigencia de un lector a punto de encara la aventura de la lectura. Lo que hacemos lo hacemos porque somos artistas. No somos presos. Somos escritores”, dice Sarlo en el prólogo del libro La filosofía no se mancha 2, el segundo tomo de las ficciones filosóficas que escribieron varios de los internos del pabellón 4.
El pabellón 4 de la Unidad 23 de Florencio Varela es un largo pasillo con celdas de dos personas a cada lado. En la entrada está escrita la palabra autogestión con letras grises, acompañada del dibujo de un cerebro con una vela que se derrite posada encima. A un costado del hall distribuidor de entrada hay un pequeño cuarto con instrumentos donde ensaya una banda de cumbia conformada por cinco internos y enfrente hay una sala de computación. Entre la entrada y el pasillo con las celdas hay un espacio común con una mesa grande, un horno, una heladera, una bolsa para practicar boxeo y la computadora y la impresora de la editorial. Allí también está la biblioteca de la editorial que lleva el nombre de Rodolfo Walsh. Arriba de la biblioteca está escrito el nombre de Walsh con letras negras, bien oscuras, que simulan sangre chorreando. Sangre negra, la única que suele haber en las cárceles de nuestro país.
“Hace unos años, antes de que se armara la movida de la editorial, si alguien venía de afuera y caminaba por este pasillo no llegaba vivo al fondo. Las paredes estaban manchadas con sangre”, cuenta Carlos Mena, exinterno que está en libertad hace unos años y da clases de boxeo y literatura en otras cárceles, contratado por el Servicio Penitenciario Bonaerense.
La editorial impuso una disciplina que todos aceptaron. Hoy el pabellón 4 está libre de drogas y armas y hay normas de convivencia que todos respetan con orgullo. En las paredes por las que antes chorreaba sangre hoy están dibujadas las caras de los grandes filósofos de la humanidad junto con frases que suyas que los miembros de la editorial eligieron. Esos antiguos filósofos están vivos en ese pasillo y sus ideas son reformuladas por estos presos en cada clase de los miércoles y en los libros publicados por la editorial. Entre la celda 10 y la 11 está la cara de Sócrates, abajo hay una frase suya que funciona como una motivación para la expresión de los internos. “Habla para que yo pueda conocerte”, se lee en letras grises pintadas sobre la pared.
“Un pabellón donde se practican diferentes tipos de actividades como la filosofía, literatura, boxeo y arte. Estas herramientas, junto con mis compañeros y los libros, me ayudaron a fortalecerme, crecer, enraizarme, a darle valor a la vida y valorar a los que me quieren… en otras palabras… los libros me abrieron la mente, me ayudan a pensar. Y hoy narrando mi historia me doy cuenta de algo: yo no quiero justificar mis delitos”, escribe Jorge Rivas Barrios en el libro Juguetes perdidos publicado en 2016 por la editorial.
“Las injusticias se camuflaron en el tiempo como lágrimas en la lluvia”, dice el escritor Francisco Bus Soto en el texto “Señorear mi ser” que aparece en el libro La filosofía no se mancha 2. Sarlo aclara en cada charla donde da a conocer el trabajo de la editorial y también en las clases de los miércoles que él no pertenece a la clase social que va a parar en las cárceles, que él cuando termina la jornada duerme en su casa junto a su mujer y su hija. Pero con este potente trabajo, financiado totalmente por él, Sarlo se camufla como lágrima en esta lluvia que solo moja a los marginados. “Van a decir que Alberto Sarlo baja línea. Sí, claro que bajo línea”, vuelve a decir. Y Sarlo, esta especie de Merlí del conurbano, de Sócrates del siglo XXI, junto con todos los integrantes de esta editorial tumbera además de bajar línea, baja los índices de reincidencia y también baja la guardia de los prejuicios de muchos que creen que de la cárcel no puede salir nada que valga la pena.
Fotos: Corina Figún
Link a la publicación original: http://tercercordon.com.ar/palabras-de-libertad/