La lucha contra el hambre que supimos conseguir

“Menos mal que allá abajo, en la mesa del pobre,

 la sartén no cesaba de freír lo evidente,

menos mal que crecía la rebelión del ajo

 y en todas las cocinas resistían los pueblos”

Armando Tejada Gómez

 

Por Federico Frau Barros

En septiembre pasado, Mauricio Macri estuvo en Santiago del Estero inaugurando un comedor comunitario. “Poniendo la verdad sobre la mesa, empezamos a corregir”, le dijo a quienes estaban allí. Del otro lado de las vallas respondieron cantando: “que-re-mos tra-ba-jar, que-re-mos tra-ba-jar”. Aunque parezca insólito, el Presidente de la Nación fue sonriente a la inauguración de un comedor comunitario, pero los ciudadanos se encargaron de darle una respuesta.

Margarita Barrientos, la dirigente social que lidera la fundación que abrió ese comedor y aliada de Macri, contó que ese primer día la comida no alcanzó, no dieron abasto para alimentar a todos los que se acercaron y hubo gente que se quedó sin comer. Cuesta entender el sinceramiento del Presidente y de Barrientos en plena campaña electoral, pero no cuesta entender lo sucedido porque los comedores comunitarios de nuestro país están recibiendo cada vez más personas en búsqueda de comida.

“Está viniendo casi el doble de gente que hace dos años. Hoy nuevamente las organizaciones estamos haciendo ollas populares. Son imágenes que me hacen acordar a lo que pasaba allá por el 2001. No es el mismo contexto político, pero duele ver la misma imagen, volver a pelear por un plato de comida”, cuenta Norma Morales del comedor del centro comunitario Arcoiris mientras a su lado se fríen las hamburguesas que van a servir al mediodía. Norma llegó de Salta a Buenos Aires a fines de la década del ´90. Luego se mudó al barrio Danubio Azul en Dock Sud, partido de Avellaneda, y en 2001, cuando se dio cuenta que la falta de comida no era un problema solo de su familia, empezó a organizar compras comunitarias y al poco tiempo levantó un comedor comunitario.

 

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Los comedores comunitarios son una de las formas más nobles de organización popular de las últimas décadas de nuestro país y nacieron como una respuesta popular al hambre y a la falta de apoyo estatal. Los primeros se remontan a fines de la década del ´80 y principios de los ´90 con las ollas populares que se hicieron para enfrentar las crisis hiperinflacionarias de 1989 y 1991. Luego, durante la gran crisis política, económica y social que sufrió nuestro país a principios de este siglo con el gobierno de la Alianza, los comedores y las ollas populares volvieron a tomar una importancia fundamental en los barrios.

Tras la asunción de Néstor Kirchner como Presidente en 2003, la participación de los movimientos sociales en las políticas estatales fue creciendo y los comedores empezaron a convertirse en centros comunitarios. Gracias al apoyo del Estado, nunca suficiente, dejaron de tener que encargarse solamente de combatir el hambre y pudieron ponerse otros objetivos.

“Los comedores tienen una función muy importante en los barrios, alimentaria pero también de encuentro comunitario. Son una especie de termómetro de las situaciones que se viven en los barrios y de las demandas que van surgiendo”, explica Luis Santarsiero, Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata e investigador del Conicet que se ha especializado en el tema de los comedores comunitarios.

Los distintos gobiernos, nacionales, provinciales y municipales, se han encargado de articular con estos centros y de distintos modos han cooperado para la provisión de alimentos. El hecho de que los vecinos tengan que seguir agrupándose para poder llenarle la panza a muchos que no pueden hacerlo por sí mismos demuestra que el Estado no ha podido solucionar la falta de alimentación en nuestro país y la creciente demanda en los comedores deja en claro que la cosa está cada vez más complicada.

“Mucha gente de la que viene hoy en día está en situación de calle, cosa que hace tiempo no sucedía. Este año aumentó mucho la cantidad”, dice Tamara Rosenberg del comedor de la ONG La Alameda que abrió en 2002 en el barrio Parque Avellaneda de la Ciudad de Buenos Aires. Tamara aclara que ese comedor no busca simplemente cubrir una necesidad. “Es un organizador para otras cosas, como generar conciencia en los trabajadores y que sepan que cada uno debe ganarse dignamente su derecho al alimento. También sirve para que nadie los obligue a ir a una marcha para poder comer y por eso los que vienen acá a comer siempre ayudan con alguna tarea para que sientan que se están ganando su plato de comida”, explica Tamara.

Se estima que la Argentina tiene una capacidad de producción de alimentos para más de 400 millones de personas, es decir, suficiente para que coman diez Argentinas. A pesar de esto, seis millones de personas pasan hambre en nuestro país según un informe elaborado este año por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina. “Sorprende que en un país al que se conoce en el mundo por ser una gran fábrica de alimentos, estemos tratando de que salga una ley que enfrente el verdadero genocidio alimentario que vive entre el 7 por ciento de la población en Argentina”, dijo recientemente el Senador Nacional Fernando “Pino” Solanas en el Senado de la Nación. Según datos del Ministerio de Agroindustria en nuestro país se desperdician 16 millones de toneladas de comida al año.

Garantizar la alimentación de todos los argentinos es una obligación del Estado. En la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 en París se reconoció el derecho a la alimentación como un derecho universal. En 2012 el derecho a la alimentación fue reconocido oficialmente en la Ley de Marco de Seguridad Alimentaria del Parlamento Latinoamericano y por primera vez fue parte de un marco legislativo supranacional. Como lo indica la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la constitución argentina garantiza implícitamente el derecho a una alimentación adecuada a través del reconocimiento de otros derechos humanos.

El derecho a la alimentación no significa solamente garantizar que todos los habitantes coman, sino que también implica una alimentación adecuada, cumpliendo con la ración mínima de todos los elementos nutritivos que necesita un individuo para tener una vida sana y activa. Por eso es que el hambre no es el único problema que padecen los sectores más relegados sino también la malnutrición. El Indicador Barrial de Situación Nutricional del Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (ISEPCi) realizado este año determinó que 43 por ciento de los chicos que van a los comedores relevados tiene algún tipo de malnutrición, mayoritariamente sobrepeso y obesidad.

En los últimos meses, movimientos sociales y organismos de derechos humanos han planteado nuevamente la necesidad de una ley que declare la emergencia alimentaria a nivel nacional. Con esto se busca establecer estrategias para que se garantice el derecho a la alimentación, la seguridad alimentaria y la nutrición de la población de manera permanente. El proyecto prevé crear un Consejo Nacional de la Emergencia Alimentaria integrado por un representante del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, uno del Ministerio de Salud de la Nación, uno del Ministerio de Agroindustria y tres representantes de las organizaciones y movimientos sociales del país.

Luis Santarsiero ha estudiado la situación de los comedores comunitarios en la ciudad de La Plata y plantea el concepto de inseguridad alimentaria.  La inseguridad alimentaria tiene que ver con la carencia de disponibilidad, equidad en el acceso y sanidad de los alimentos. “La forma más fácil de constatar si hay inseguridad alimentaria a nivel micro es cuando en los hogares demuestran que hay problemas de acceso a los alimentos, cuando una familia no puede garantizar su comida”, explica.

El panorama alimentario actual de nuestro país es tan crítico que los hogares de los sectores más marginados y los comedores comunitarios no son los únicos que lo dejan expuesto. Los comedores escolares también están sufriendo las consecuencias una sociedad que se ve cada vez más afligida por el constante aumento del precio de los alimentos.

 

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En nuestro país la provisión de servicios alimentarios escolares se concentra en los niveles educativos primario e inicial. “Todos los días desayunan, almuerzan y meriendan 1.6 millones de niños y adolescentes en las escuelas públicas bonaerenses a través del Servicio Alimentario Escolar (SAE)”, dijo Santiago López Medrano, Ministro de Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires, en una entrevista con Télam en mayo de este año. “Es la mayor cobertura a nivel provincial de toda América Latina. El asunto es que sean comedores y no comederos, es decir que cumplan con ciertas normas para la alimentación”, explicó Miryam Gorban, nutricionista e integrante de la Cátedra Libre “Soberanía Alimentaria” de la Universidad de Buenos Aires, en una reciente exposición en el Congreso de la Nación.

Más de mil padres y alrededor de 500 directivos escolares de la Provincia de Buenos Aires fueron consultados en una encuesta sobre la calidad nutricional del servicio alimentario de comedores escolares realizada en conjunto por el ISEPCi y la organización social Barrios de Pie. El 54 por ciento de los padres cree que los cupos son insuficientes. Respecto a la calidad de la comida, el 43 por ciento cree que es regular, mala o muy mala. Y con relación a la cantidad de comida, el 47 por ciento la considera insuficiente.

“El relevamiento que realizamos da cuenta del mal funcionamiento de los comedores escolares y la necesidad de declarar la Emergencia Alimentaria. Faltan vacantes y el valor nutricional de las raciones es muy insuficiente”, explica Daniel Menéndez, coordinador nacional de Barrios de Pie.

“El cupo de comida que recibimos este año es el mismo que el del año pasado y lamentablemente la cantidad de chicos que vienen al comedor aumentó mucho. Fuimos a reclamar a la Municipalidad pero nos dicen que depende del gobierno provincial y en el gobierno provincial dicen que están cumpliendo con el cupo y que no pueden hacer nada al respecto”, cuenta Mauro Flores, director de la escuela secundaria 13 del barrio Agua de oro de General Rodríguez.

“Aumentaron todos los servicios y la gente de bajos recursos cada vez puede menos, por eso cada vez se acercan más personas al comedor. También ha bajado la cantidad de donaciones. Cuando el país está bien, la gente dona. El argentino es muy solidario, pero cuando la cosa está difícil no se puede donar tanto”, dice Rubén Dos Santos. Rubén abrió en 2006 el comedor comunitario “Las manos solidarias” en el barrio de Atalaya de La Matanza junto con su esposa Sandra Bustos. No tienen ni tuvieron ningún tipo de vínculo con organizaciones políticas y la única ayuda estatal que reciben es mercadería, muy poco variada y que siempre es menos que la prometida, y que recién empezó a llegar hace seis meses, luego de estar pidiéndola durante ocho años. Unas 200 personas se alimentan gracias a este comedor, entre los padres e hijos que van y las viandas que algunos llevan a sus casas porque no hay espacio en el comedor para que todos puedan comer ahí.

Los distintos índices y la realidad que describen quienes están en los comedores de distintos barrios del país demuestran que la situación alimentaria está cada día peor. Atrás quedó ese eslogan de campaña de Mauricio Macri que prometía “pobreza cero”. Las políticas llevadas a cabo en estos primeros dos años de mandato dejan en claro que el sufrimiento de los más vulnerables no es un tema prioritario para el gobierno nacional. En aquella inauguración del comedor en Santiago del Estero, el Presidente les dijo a quienes estaban ahí que lo importante no era que confiaran en él sino que confiaran en ellos mismos. Ahí puso la verdad sobre la mesa: este gobierno no parece preocupado por evitar que los sectores marginados pasen hambre y dejará que sean ellos, por sus propios medios, los que se encarguen de garantizar su relegado derecho a la alimentación.

 

Artículo publicado en la revista digital Tercer Cordón


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