Reina de la incomunicación

(Artículo publicado en la revista digital Tema Uno de la Universidad Pedagógica Nacional.)

Reina Maraz fue condenada a cadena perpetua en un juicio en el que no se la escuchó: habla solo quechua y no pudo defenderse. Recién tras seis años de prisión, pudo declarar con una intérprete y quedó en absuelta.

Reina 12 - fotógrafa Helen Zout, Archivo Comisión Provincial por la Memoria. En esta pidieron que si las usamos pongamos la doble referencia.
Foto: Helen Zout/Archivo Comisión Provincial por la Memoria

Por Federico Frau Barros

Reina Maraz estuvo seis años presa por un crimen que no cometió. La condenaron a pasar toda su vida en prisión, y durante un año y medio ni siquiera supo el motivo. Sufrió el encierro por ser india, mujer y pobre.

El 20 de noviembre de 2010, cuando dos policías de la comisaría 5ta de Florencio Varela la lleva – ron detenida acusada de haber matado a su marido, Reina estaba embarazada de cuatro semanas. Unos meses después la trasladaron del calabozo de esa comisaría a la unidad 33 del Servicio Penitenciario Bonaerense: una cárcel de mujeres que está en Los Hornos, en el partido de La Plata. Allí parió a su hija Abigail.

En una visita de rutina al penal, una representante de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) se enteró de su situación y tomó nota de su estado de indefensión, producto de las barreras del lenguaje: Reina no habla castellano, es quechuaparlante. En la siguiente visita, la CPM llevó una intérprete.

–No entiendo nada –fue lo primero que le dijo Reina.

Desde que la detuvieron hasta ese día, Reina no se había podido comunicar con nadie en su lengua materna.

 

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Foto: Helen Zout/Archivo Comisión Provincial por la Memoria

Reina Maraz Bejarano, una mujer quechua que nació hace 29 años en el poblado boliviano de Avichuca, llegó a la Argentina en 2009 con su marido, Límber Santos. Él la trajo de Bolivia a la fuerza y se quedó con sus documentos para que no pudiera volver sola. Se asentaron en Villa Soldati en la casa de unos familiares de él.

Dos meses antes de que detuvieran a Reina, Límber volvió ebrio a su casa, le pegó a su mujer y, frente a sus dos hijos, Kevin y Fermín, abrió la garra – fa de gas diciendo que los iba a prender fuego. Ellos se salvaron pero de la casa no quedó nada.

Límber era alcohólico y violento: golpeaba a Reina constantemente y la trataba como un objeto personal. Como él era su única forma de comunicación con los demás, ella volvió a juntarse con él y unas semanas después del incendio se mudaron a una caseta de una habitación sin baño en Florencio Varela.

Allí Límber conoció a Tito Vilca Ortiz, un vecino, alcohólico y violento como él.

–Tito era amigo de mi esposo. Mi marido me entregó a él para que abuse de mí –le dijo Reina a la periodista boliviana Nathalie Iriarte Villavicencio, que se encuentra realizando un documental sobre su historia. Y agregó:

–Una vez el joven ese llegó a las cuatro de la mañana a casa y me dijo: “Tu marido me ha mandado para que esté con vos porque me debe plata, él se fue con otra a un hotel”. Yo no le creí, peleé mucho, pe – ro igual me violó. Yo estaba embarazada de un mes. Mis otros dos hijitos despertaron asustados por el ruido y vieron todo lo que me hizo. Lloraban y decían: “Mamá, ¿qué te están haciendo?”.

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Foto: Nathalie Iriarte

Al día siguiente, Reina los encaró a los dos y Límber negó haberle dicho eso a Vilca. Los varones discutieron, Vilca le pegó una trompada a su marido y ambos se fueron. La cosa parecía haber quedado ahí. Pero a los pocos días el cuerpo de Límber apareció enterrado en un basural cerca de su casa, con las manos atadas y marcas en el cuello.

Antes de que apareciera muerto, como Reina no había sabido nada de su marido durante varios días, había ido a hacer la denuncia a la comisaría. Unos días más tarde, la policía determinó que ella era culpable. El argumento fue que cuando llegaron a su casa y le dijeron que había aparecido el cuerpo enterrado a pocos metros, ella asintió cuando no sabía qué le estaban diciendo.

–¿Por qué me encerraron? ¿Es porque no sé hablar español? ¿Es porque soy boliviana? –dice que les decía, en quechua, a los policías mientras se la llevaban.

Esas preguntas las respondió, de modo absurdo, la Justicia en primera instancia. Esas respuestas mantuvieron a Reina privada de su libertad durante seis años.

El 28 de octubre de 2014, el Tribunal Oral Criminal 1 de Quilmes la condenó a perpetua.

–Parece que ser mujer indígena y pobre es una maldición, y este es un tribunal que ha discriminado –dijo el activista y premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, quien estuvo presente en el juicio. Vilca, acusado por el crimen de Límber Santos junto a Reina, murió de cirrosis en la Unidad Penal 23 de Florencio Varela antes del juicio.

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Foto: Archivo Comisión Provincial por la Memoria

–Munani justiciata –repetía Reina durante el juicio.

Esa frase, que significa “quiero justicia” en quechua, se convertiría en bandera de lucha. En noviembre de 2016, gracias a la batalla que dieron muchas mujeres de distintas organizaciones que pelearon por su libertad, empezó a vislumbrarse un final justo para Reina. El Tribunal de Casación de La Plata la dejó en libertad y un año más tarde, la Cámara de Casación ratificó el fallo y la absolvieron.

–Todas las compañeras me ayudaron un montón. Todo se puede. Como lucharon ustedes, yo voy a luchar –dijo Reina por esos días.

Hoy Reina trabaja en una gráfica del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lugano y vive con su hija Abigail. Mientras no pierde la ilusión de que el Estado argentino la compense por todos los daños sufridos, está terminando de regularizar su situación migratoria para volver a Bolivia y encontrarse con sus otros dos hijos, que hoy viven allá y a los que no pudo ver por más de cinco años. Estar separada de sus hijos es lo que ella misma define como su peor condena.

 

Link a la publicación original: http://editorial.unipe.edu.ar/revista-tema-uno/item/84-revista-tema-uno-10-lengua

 

 

 


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